sábado, 13 de septiembre de 2014

El trabajo ideológico, de comunicaciones y propaganda

El trabajo ideológico, de comunicaciones y propaganda

Juan Andrés Lagos (El Siglo)

Es indudable que una de las grandes fortalezas del sistema de dominación que opera en Chile es el poder hegemónico sobre los espacios mediáticos; los medios de información y de prensa; los contenidos de las agendas culturales y artísticas y las bases materiales que fundan esta suerte de totalitarismo integral.
La sociedad chilena está muy lejos de ser una sociedad de ciudadanos en un contexto plural. El sistema ideológico y cultural dominante se ejerce desde un poder incontrarrestable, hasta ahora,  y tiene como propósito distanciar y neutralizar todo intento emancipador desde la misma sociedad, evitando el surgimiento de ideas, paradigmas, procesos y movimientos que podrían abrir grietas al propio sistema.
El pluralismo político, ideológico, cultural y valórico son cuestiones absolutamente pendientes para la construcción de un Estado democrático de verdad, y en rigor los espacios de pluralismo y democracia, en estos ámbitos, se han conquistado con mucho esfuerzo y absolutamente a contracorriente.
Ciertamente que la acción orgánico-política de los partidos y fuerzas de izquierda y progresistas, así como de los movimientos y expresiones sociales, artísticas y culturales surgidas en la batalla emancipadora, que construye nuevos sujetos socio-políticos, es clave en este quehacer, para romper la hegemonía reinante.
Del mismo modo, es necesaria una política de alianzas que en medio del debate de ideas y lucha ideológica va conquistando mayores espacios para las propuestas, valores e ideas que emergen hacia un nuevo paradigma democrático y popular.
De la rica herencia leninista, en este aspecto, podemos rescatar y proyectar la concepción que refiere a la agitación y propaganda (comunicaciones en los hechos), como el instrumento privilegiado para generar procesos de dirección política en y desde las masas. En otras palabras, las comunicaciones, la agitación y propaganda, la acción artístico-cultural, como procesos de construcción de identidad de sujetos que asumen y construyen dirección política en movimiento. También que disputan con el poder hegemónico en el terreno de las ideas, valores y creencias.
La concepción leninista, en este sentido esencial, se distancia de toda mirada burocrática de los procesos comunicacionales e ideológicos, y por cierto de toda mirada burocrática de los procesos políticos.
En la historia del Partido Comunista de Chile y del Movimiento Popular chileno, estos aspectos han tenido gran relevancia, y se nos presentan como un fuerte e intenso acervo en el quehacer político y orgánico.
Esta herencia nos proviene de los fundadores, desde el propio Luis Emilio Recabarren, quien dedicó sus principales esfuerzos políticos a construir y organizar periódicos obreros y populares; al arte y en especial al teatro; a escribir y dar una intensa lucha ideológica en medio del intenso proceso de construcción política y social de clase obrera naciente.
Así como fue todo eso, también supo comprender la necesidad de dar la batalla en el Parlamento burgués, y por ello luchó para ser elegido parlamentario y fue un parlamentario del naciente campo popular.
En el presente, el PC y las fuerzas fundantes de esta nueva etapa de construcción de la izquierda deben asumir con creatividad e intensidad este desafío, en estos ámbitos.
Se requiere colocar en el centro de la actividad política y orgánica los asuntos de la AGP, de las comunicaciones, de la cultura y el arte, insertos en los procesos de acumulación de fuerzas desde el campo popular.

Se requiere avanzar en un camino que por momentos se nos ha debilitado demasiado. Este es el momento para que en las estructuras de dirección partidaria y del movimiento socio-político que se desarrolla debatan ideas, planes, acciones, discursos.
Si en esto avanzamos, con rapidez, estaremos abriendo grandes potencialidades de crecimiento al movimiento y al Partido en las masas. De lo contrario, será más largo, lento y tedioso, y el riesgo de reproducir lo orgánico en el quehacer de masas puede burocratizar nuestra propia actividad política.
Tenemos instrumentos y un gran acervo para enfrentar esta tarea, y sobre esas bases hay que empezar a apurar el tranco.
16 abril 2009


Presidente de la FELAP: “El periodismo independiente no existe”

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Gonzalo León (Punto Final)
La Felap, sigla de la Federación Latinoamericana de Periodistas, existe desde 1976 y tiene su sede en México. Según señalan sus estatutos, “alberga a más de cincuenta instituciones ligadas al estudio y la práctica de la comunicación y el periodismo”. Desde 2007 el presidente de la Felap es el periodista argentino Juan Carlos Camaño. Y como voz autorizada en todo lo que está pasando en materia de medios, no sólo en Chile sino que en América Latina, lo entrevistamos. 
Camaño es claro al señalar que la Felap “edita revistas, libros, establece relaciones, en la unidad de acción, con otros sectores del movimiento popular a partir de cada una de sus organizaciones en cada país, y tiene presencia en todo foro internacional donde se debate la realidad de los trabajadores de la prensa: ya sea en cuanto a los derechos humanos, el libre ejercicio de la profesión, la lucha salarial y de mejores condiciones de trabajo”. Pero también esta organización se preocupa por aquellos periodistas que han sido asesinados o desaparecidos, como sucede hoy en México, por ejemplo.

-¿Cómo analiza el panorama de los medios de comunicación en América Latina? ¿Aún los medios siguen unidos al poder económico y por consiguiente, a la derecha? 
-Es un panorama que en los últimos años ha sufrido alteraciones interesantes, ante la aparición de más voces con más soporte técnico en la lucha contra la hegemonía mediática de los poderosos. No hablo, claro está, de un cambio en la correlación de fuerzas, sino de avances que permiten recuperar ‘musculatura’ en la pelea por la justicia social. 
-En varios países se habla de romper el cerco informativo con los medios digitales. ¿Estos medios son eficientes para romper ese cerco o son necesarios los medios escritos y audiovisuales, en donde la gente masiva y democráticamente tenga acceso a esa información? 
-La historia de la Felap responde en esencia, como lo señala su consigna madre, a la lucha por ‘un periodismo libre en patrias libres’. Entonces es obvio que la lucha de la Felap no se remite a una cuestión corporativa y que todo vehículo-transporte de información-comunicación debe ser usado para la defensa de los intereses de las grandes mayorías sociales. Para romper el cerco no hay que descartar ninguna forma que contribuya a lograr ese objetivo. Hoy hay gobiernos que tomando el testimonio de organizaciones de periodistas, de organizaciones populares, libran una encomiable batalla por la democratización de la información-comunicación. 
-La ley de medios en Argentina, promovida por Néstor Kirchner, estableció a los servicios de comunicación audiovisual como de “interés público, de carácter esencial para el desarrollo sociocultural, que exteriorizan el derecho humano de expresar, recibir, difundir e investigar informaciones, ideas y opiniones sin censura”. ¿Existe una regulación similar para los medios escritos o esta ley se considera una extensión válida para éstos? 
-La Ley de Medios Audiovisuales en la Argentina forma parte de ese paso de avance. Es el resultado de años de luchas, de resistencias y denuncias llevadas a cabo por organizaciones como la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (Utpba), junto a la organización que dirijo y otros actores sociales. Años de neoliberalismo rabioso, en los que luchábamos casi en soledad enfrentando a los poderes fácticos, mientras muchos minimizaban el problema o se hacían los distraídos.

-¿Qué opinión le merecen los conglomerados como Clarín en Argentina o Copesa, en Chile? ¿Es efectivo combatirlos con otros conglomerados? 
-La Felap ha planteado siempre que la lucha contra los oligopolios y monopolios es una lucha ideológica y política, y que en un mapa de medios amplísimo y complejo, cada confrontación en un país determinado requiere de un serio conocimiento de los actores en disputa. Ahora, dentro de los ‘conglomerados’ que se confrontan con los conglomerados del poder real, hay diferentes conductas periodísticas y patronales. Con algunas estamos de acuerdo, con otras no. Mucho menos cuando hay quienes nos quieren arrastrar a peleas sin diseñar con nosotros la estrategia y la táctica del conflicto. Tenemos por definición la decisión de no ir nunca ciegos a ninguna batalla. Es un principio de autonomía que respeta a otros y exige, también, que se nos respete.

-¿Una democracia debería asegurar el acceso a la información, o eso lo regula el mercado? ¿Se puede confiar en el mercado para asegurar la libertad y diversidad de expresión? 
-A esto te voy a responder con una máxima, en materia de definición ideológica, que distingue el sentido medular de la lucha de la Felap y de las organizaciones que componen la Felap: ‘No hay democracia informativa sin democracia económica’. Esto, que algunos confunden con una consigna pasada de moda, es la respuesta a la mentira que se nos quiso imponer acerca del fin de la historia y de las ideologías. El mercado es una trituradora de carne humana en un mundo lleno de alienaciones tales como la explotación laboral esclavista de viejo y nuevo tipo, las fantasías casi patológicas de la sociedad de consumo y la dinámica de reproducción y uso irracional de la tecnología. Sin democracia económica, entonces, todo es injusticia.

-¿Cómo ve el papel que ha jugado la prensa en el conflicto de los estudiantes en Chile? ¿Existe preocupación desde la Felap, ya que casi no existen medios de oposición?

-A pesar de las distorsiones y los intentos que la prensa hegemónica pueda haber hecho para desmerecer la protesta estudiantil, estimo que no lo logró. El conflicto recorre el mundo y el carácter del conflicto ha quedado claro. Eso ocurre al mismo tiempo que en la feroz crisis del capitalismo son evidentes otros grandes conflictos: por el pan, el trabajo, la vivienda, la salud pública, la tierra, el petróleo, el agua. Sí, a la Felap le preocupa que los dueños del dinero, en Chile o en cualquier lugar del planeta, barran con los medios que se le oponen. 
-¿Quién es mejor para la Felap: el periodista militante o el independiente? ¿O cómo analizan ambas figuras?

-El periodismo independiente no existe. No existió nunca, ni existirá. Como dijera Marx: ‘la historia de la Humanidad es la historia de la lucha de clases’, y en esa realidad nadie es independiente, ni siquiera quien lo diga mil veces, haciendo ridícula abstracción de la sociedad. 
-Por último, ¿qué países en Latinoamérica están siendo exitosos en ofrecer una amplia gama de información? ¿La Felap hace algo para que eso ocurra? 
-La información-comunicación-mundo responde mayoritariamente a lo antes denunciado. Contra eso la Felap no se calla, mantiene vivos sus centros de capacitación y formación en Buenos Aires y en La Habana; la coordinación entre sus organizaciones para exigir la defensa de la vida de los periodistas -a través de la Comisión de Investigación de Atentados a Periodistas, con sede en Chile-; el Plan Salud de los Periodistas, del que ya participaron hasta aquí miles de trabajadores de prensa de Chile, Cuba, Argentina, Ecuador, México, República Dominicana, Nicaragua, Puerto Rico, Panamá, Paraguay y Perú, quedando pendiente para este año, Guatemala y Brasil.


Miguel Enríquez y la utopía revolucionaria

Manuel Cabieses Donoso (Punto Final)
El sacrificio de intereses personales, capaz de alcanzar el heroísmo en defensa de ideales y convicciones políticas, ya no existe en Chile. Sus últimas manifestaciones desaparecieron durante la larga jornada que comenzó con La Moneda en llamas y que se prolongó 17 años en desigual lucha contra la dictadura. La resistencia al terrorismo de Estado costó las vidas de miles de chilenos. La tortura, la prisión y el exilio se abatieron sobre muchos más. La derrota, el temor, la desilusión y las traiciones hicieron lo suyo.
El país cayó en el abismo al que lo empujó el neoliberalismo reforzado por una pandilla de generales. Enseguida vino la interminable transición a la democracia y con ella, el cambio de piel de partidos que ayer fueron democráticos pero se convirtieron en fieles administradores de la herencia económica, social y cultural de la dictadura. El país fue reeducado en el olvido, generador de los vergonzosos niveles de ignorancia política que exhibe hoy. En las tinieblas del atraso político -que esconde una espantosa desigualdad social- quedaron la historia, la identidad y hasta el alma del país. Chile se hizo ajeno a América Latina e indiferente a sus luchas que ayer también fueron las nuestras.
Sin embargo, esto no será eterno y es ley de la vida que debe cambiar. Llegado el momento de levantar un nuevo proyecto de liberación económica, política y social, Chile evocará a sus héroes. Allí estará el legado de sus ideas que permitirán abrir las “grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”. En ese momento de ardiente creación colectiva, junto a la sombra inspiradora de Salvador Allende estará la de Miguel Enríquez, el joven revolucionario al que recordamos en este aniversario de su muerte. Ambos son ejemplos de valor y de resuelta disposición a entregar la vida -que amaban apasionadamente- por sus ideales. Ellos dejaron una herencia preciosa: sus ideas revolucionarias que en esta hora de América Latina vuelven a convocar a la militancia y a la acción. 
Un jefe de revolución
Hace 35 años -en la tarde del 5 de octubre de 1974-, Miguel Enríquez Espinosa cayó combatiendo a la dictadura. De 30 años, médico, nacido en Concepción, Miguel era secretario general del MIR desde 1967. Se negó a salir al exilio después del golpe militar, cuando muchos compañeros se lo pedían para proteger a un cuadro excepcional. Pero él prefirió sumergirse en la clandestinidad. Afrontando enormes dificultades se dedicó a organizar un movimiento de Resistencia Popular. Su incesante actividad fue dejando huellas, que finalmente condujeron a los servicios de seguridad hasta su refugio en la calle Santa Fe de la comuna de San Miguel. Allí, junto a su compañera, Carmen Castillo Echeverría -que fue capturada herida-, y a otros dos camaradas -Humberto Sotomayor y José Bordaz, que lograron huir-, se enfrentó a las fuerzas represivas. Su negativa a rendirse sólo terminó con la muerte. Su cuerpo desnudo y destrozado fue entregado al día siguiente -por mediación de un obispo católico- a sus padres. “Tenía diez heridas a bala. Una de ellas, la última, le entró por el ojo izquierdo y le destrozó el cráneo”, relató su padre, el doctor Edgardo Enríquez Frödden.
El 7 de octubre a las 7.30 de la mañana, sólo ocho miembros de la familia fueron autorizados para sepultarlo en el Cementerio General de Santiago. Un destacamento de carabineros vigilaba de cerca. “Miguel Enríquez Espinosa, hijo mío”, dijo su madre con voz entera en el momento en que depositaba el único ramo de flores permitido, “hijo mío, tú no has muerto. Tú sigues vivo y seguirás viviendo para esperanza y felicidad de todos los pobres y oprimidos del mundo”(1). El 15 de agosto de 1965 Miguel fue uno de los fundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), y pasó a dirigirlo dos años después. Era respetado no sólo por sus camaradas, sino también por muchas personas con las que tuvo fuertes polémicas. En esos debates -a pesar de su juventud- demostraba amplio conocimiento de los temas y capacidad para exponer con claridad sus ideas.
Ya a los 17 años Miguel organizaba movilizaciones en Concepción en defensa de la Revolución Cubana, cuando la invasión imperialista de Playa Girón. El proceso que forjó su liderazgo y que trazó la identidad del MIR se inspiraba en la formación política y armada de sus militantes, y estuvo muy influido por Cuba revolucionaria. Es efectivo lo que dijo un dirigente del Partido Comunista de ese país, en 1974: “Quizás si en la personalidad revolucionaria de Miguel Enríquez, en el fuego juvenil de los combatientes del MIR, e incluso en la intransigencia revolucionaria que les caracterizaba y que en ocasiones nos hacía desear que adoptaran mayor flexibilidad ante las situaciones políticas concretas, está sin embargo una de las más nítidas imágenes de la influencia de Cuba en el movimiento revolucionario latinoamericano”(2).
La forma en que la dirección del PCC valoraba a Miguel se refleja en ese discurso de Armando Hart. Compara al revolucionario chileno con héroes del asalto al Cuartel Moncada y de la lucha revolucionaria contra la dictadura de Fulgencio Batista. “Para transmitir al pueblo cubano -dijo Hart- una imagen de su personalidad, de su significación, de lo que él representa para el futuro de Chile, recordemos nombres como los de Abel Santamaría, José Antonio Echeverría y Frank País”. Y añadió categórico: “Miguel Enríquez no había dado de sí todo lo que era capaz de dar. Si se le mide por lo que ya era, hay que destacar, sin temor a que el sentimiento o la emoción nuble el razonamiento, que en Miguel Enríquez despuntaba un jefe de revolución”. Es cierto, Miguel -después de la heroica muerte de Salvador Allende en La Moneda- representaba la posibilidad de construir un nuevo liderazgo revolucionario que recogiera la lección que dejaba la conspiración para derrocar a Allende fraguada por la derecha, la Democracia Cristiana, el imperialismo y las fuerzas armadas. El liderazgo de un jefe capaz de conducir las acciones armadas, políticas y sociales para derrocar a la dictadura e iniciar la construcción de una sociedad democrática y socialista.

El país que cambió
Hace 35 años esa esperanza se tronchó con la muerte de Miguel Enríquez. La brutalidad del terrorismo de Estado y los devastadores efectos culturales del modelo neoliberal, frustraron los intentos de la Resistencia Popular y del Frente Patriótico Manuel Rodríguez por cultivar la esperanza revolucionaria. Pero en definitiva, la dictadura fue obligada a regresar a sus cuarteles. La iniciativa política quedó en manos de los sectores burgueses que venían siendo preparados para la transición por el Departamento de Estado norteamericano y la Socialdemocracia europea. El Chile de hoy es un país muy distinto al de Allende, Miguel y los miles de héroes y mártires de la Izquierda chilena. La solidaridad, soporte de los sueños colectivos y de la conciencia del deber social -que en Chile había alcanzado altas cimas-, ha desaparecido casi por completo. El país carece de una utopía que permita unir y movilizar las fuerzas para avanzar hacia el horizonte de justicia social. El pueblo chileno es tratado como un rebaño de ovejas que se resignan a cumplir ese papel. Se encuentra a merced de la oligarquía que maneja sus sentimientos y expectativas a través de los medios de comunicación. Ha quedado sin capacidad crítica, carente de participación y sin voluntad política para remover los obstáculos que impiden alcanzar una plena democracia. El actual período electoral, que permite cierto grado de atención a temas barnizados de política, prueba el empobrecimiento del ciudadano en tanto agente activo y crítico del desarrollo democrático.
Los candidatos con posibilidades de victoria -consagrados en esa condición mediante la complicidad de mañosas encuestas y manipulaciones de la prensa oligopólica-, representan más de lo mismo. Ninguna propuesta toca el corazón del sistema. Ninguno se compromete con una Asamblea Constituyente que elabore una Constitución democrática. Ninguno plantea medidas que hieran los poderosos intereses nacionales y extranjeros que controlan la economía. (En este punto cabe una digresión. Como consecuencia de la crisis capitalista que ha dejado en evidencia la incapacidad del mercado para autorregularse, los administradores del sistema comienzan a eludir responsabilidades. Se escucha nada menos que al ex presidente Ricardo Lagos criticando al neoliberalismo, aunque el suyo fue uno de los gobiernos más neoliberales del mundo. Lo mismo sucede con la presidenta Michelle Bachelet que habla del “fin del paradigma neoliberal” y reivindica el rol del Estado. Sin embargo, su gobierno no ha hecho otra cosa que respetar las reglas de juego del neoliberalismo. Por último, el candidato presidencial de la Concertación, Eduardo Frei, reclama “Estado y más Estado”, pero su gobierno privatizó el agua potable, los puertos, etc.).
Ninguno de los candidatos creados por los titiriteros de la política hace mención a los escandalosos privilegios de las fuerzas armadas, sus descomunales gastos en armamentos y sus excepcionales regímenes de previsión, así como al peso determinante que siguen teniendo en la conducción del país. Ningún candidato responde a las demandas del pueblo mapuche. Ninguno se compromete con una solución a la justa demanda de Bolivia de una salida soberana al mar. Ninguno plantea terminar con las AFPs, ni se pronuncia por una salud y educación públicas. Tampoco por renacionalizar el cobre -de nuevo en manos extranjeras-, ni por nacionalizar la banca e impulsar una reforma tributaria de verdad. Los vacíos -y silencios- son enormes en los programas de los candidatos presidenciales. Así lo demostró el mediocre “debate” televisivo reciente. Es imposible encontrar en sus discursos ni el atisbo de un proyecto de sociedad más justa. De una u otra manera, se declaran continuadores del gobierno de Bachelet, incluyendo al aspirante derechista. El futuro gobierno será por lo tanto, continuista en su esencia.

Pero hay un futuro…
Demasiado tiempo ha perdido la Izquierda en reconstruir la utopía de este tiempo. Se ha enredado en minucias y discusiones estériles, atrapada entre un discurso reformista y parlamentarista y una lluvia de consignas dogmáticas, sin contenido, que producen más rechazo que adhesión. Se han puesto en primer plano los intereses de partidos, grupos y personas. Así se ha conseguido anular las posibilidades de un proyecto común y dispersar todavía más las escasas fuerzas. Una parte de la Izquierda se ha contaminado del pragmatismo de la contracultura neoliberal. Ha terminado por aceptar, en los hechos, que la lucha por el socialismo no tiene viabilidad en Chile y que éste es un tema anticuado, propio de soñadores. Ha renunciado en la práctica a presentar una propuesta de carácter socialista que permita elevar el contenido del discurso político. Y esto, mientras el capitalismo atraviesa una profunda crisis y la depredación del planeta pone en juego la vida de la especie humana. Chile se derechiza mientras en América Latina hace camino una corriente socialista que ya es gobierno en varios países. El socialismo del siglo XXI plantea propuestas para nuestra época. La integración económica, la cooperación energética, la Alianza Bolivariana por los Pueblos de Nuestra América (Alba), el Banco del Sur, etc., son las herramientas de ese proyecto que avanza.
Tomar conciencia de que vivimos una época favorable para la utopía revolucionaria, debería promover en Chile la reconstrucción de una Izquierda en lucha por cambios profundos y radicales. Ese era el objetivo por el que los revolucionarios de ayer estuvieron dispuestos a entregar sus vidas. Como Allende, Miguel y tantos más.
Notas
(1) Discurso del Dr. Edgardo Enríquez (1912-1996), ex director del Hospital Naval de Talcahuano, ex rector de la Universidad de Concepción, ex ministro de Educación del presidente Allende, en la inauguración del Hospital Clínico Miguel Enríquez en La Habana, 1975. La madre de Miguel fue la señora Raquel Espinosa Townsend (1913-2003).
(2) Armando Hart Dávalos, miembro del buró político del Partido Comunista de Cuba, en el acto de homenaje a Miguel en el Teatro Lázaro Peña de la Central de Trabajadores de Cuba, 21 de octubre de 1974. En el mismo acto habló Edgardo Enríquez, hermano de Miguel, miembro de la comisión política del MIR. Detenido en Buenos Aires por la Operación Cóndor el 10 de abril de 1976, desde entonces es un desaparecido.
(EDITORIAL PUNTO FINAL, 695, octubre 2009)

Chile: Ovejas o ciudadanos

(Editorial de Punto Final)
Sometidos a una permanente erosión ideológica y cultural por la acción combinada de la televisión, radio y casi todos los medios escritos, muchos chilenos parecen vivir un pesado sopor respecto a sus derechos más elementales y en la más absoluta ignorancia política. No parecen importar la desigualdad creciente entre pobres y ricos, la concentración de la riqueza en pocas manos, el imperio del lucro y el individualismo, el aumento acelerado del desempleo como efecto de la crisis capitalista, la explotación y la discriminación vergonzosa que sufren los pobres en general y sectores como el pueblo mapuche, en especial.

Asistimos a un gigantesco acto de prestidigitación política: los más agudos problemas parecen desvanecerse mediante la parafernalia publicitaria que alienta un loco consumismo y el circo embrutecedor de la política convertida en espectáculo. Es cierto -reconocen todos- que hay sufrimientos y desigualdades profundas, pero esos males no tienen remedio y pueden ser metabolizados por el sistema de manera cínica, concediéndoles espacio en la farándula que convierte la miseria, las carencias y el dolor en banalidades humillantes. El mensaje de los medios es que debemos conformarnos con lo que hay, porque pretender algo más es peligroso, y podría retrotraernos a la crisis de los 70. Todo el aparataje del sistema de dominación quiere convencernos que no hay salida a esta situación, que no es posible una sociedad en que imperen la armonía y la igualdad de derechos y deberes. Se nos ha convertido en un rebaño de ovejas, cuya mansedumbre y conformismo están muy lejos de la concepción del ciudadano participante y activo de una república democrática.

En este clima avanza la campaña electoral. En menos de 150 días tendremos nuevo presidente de la República y nuevo Congreso. El triunfo de la derecha es una posibilidad que se avizora real. Por lo demás, esto ha estado a punto de ocurrir en las dos elecciones presidenciales anteriores, en que tanto Ricardo Lagos como Michelle Bachelet se salvaron raspando en segunda vuelta, sólo por representar el “mal menor”. En la última elección presidencial los candidatos de la derecha, Sebastián Piñera y Joaquín Lavín, acumularon en primera vuelta 3.376.302 votos, en tanto Bachelet consiguió 3.190.691 (y Tomás Hirsch, candidato de humanistas y comunistas, recibió sólo 375.048 votos). En el balotaje Bachelet obtuvo casi 500 mil votos adicionales, provenientes de la Izquierda e independientes, lo que mantuvo a la Concertación en el gobierno por un cuarto período.

Sin embargo, parece que esta vez el factor del “mal menor” no jugará el mismo rol. Tanto por el desgaste de la Concertación -acentuado por la corrupción y el debilitamiento de sus partidos- como por el eclipse de toda diferencia sustantiva entre el bloque de gobierno y la Alianza derechista. La oligarquización de la política, que ha permitido nacer a una casta que comparte privilegios y espacios exclusivos, ha cavado un abismo entre el pueblo y la política. Votar por un candidato de la Concertación o de la Alianza es jugar a una ruleta en que siempre gana la banca.

Desde hace meses, el especulador financiero y dueño de medios de comunicación, Sebastián Piñera, se mantiene a la cabeza de las encuestas, tanto de las serias como de las otras. El escenario político parece ser cada vez más favorable a sus pretensiones, debido a la descomposición de la Concertación y a que decenas de millones de dólares -aportados por las grandes empresas que invierten en influencia política- se gastarán en las elecciones de diciembre. Esos recursos servirán para nublar todavía más la visión de los electores. Por primera vez en más de 50 años, la derecha está en situación de llegar democráticamente al gobierno, controlando lo poco que le queda por manejar. Esto sería, sin duda, peor para los pobres. El posible triunfo de la derecha será también consecuencia de lo que ha hecho la Concertación, que representa un proyecto agotado tras veinte años de gobernar en coyunda con la derecha, salvo en lo relativo a violaciones de los derechos humanos ya que hasta ahora no ha aceptado la impunidad. La superexplotación de la clase trabajadora, en cambio, ha aumentado -en especial durante el gobierno de Ricardo Lagos- a un extremo que envidiaría el más conservador de los gobiernos. Mucha gente cree que con Piñera las cosas no serían muy distintas a como lo serían con Eduardo Frei. Y tienen razón. Así como tampoco lo serían con Marco Enríquez-Ominami. Todos ellos -los candidatos favorecidos por las encuestas- se declaran fervientes partidarios del transversalismo político, que con el eslogan “gobernar con los mejores”, garantiza a cada cual una tajada de la torta fiscal.

Existe, sin embargo, un dilema que a pocos interesa poner al descubierto. O seguimos siendo un rebaño de ovejas que marchan sumisas en la dirección que imponen sus pastores, o nos asumimos de una vez y para siempre como ciudadanos, o sea como personas responsables, críticas y libres, que entienden lo que está pasando en Chile y en el mundo. Dispuestas a actuar para que las cosas cambien y seamos capaces de construir un destino positivo para las mayorías, que proponga metas y proyectos, que trace una gran tarea nacional en que el principio orientador sea el bienestar general y no el lucro, la solidaridad y no el egoísmo, la honestidad y no la sinvergüenzura. Un proyecto en el cual la soberanía esté garantizada por el dominio nacional sobre las riquezas fundamentales, renovables y no renovables, y en el cual el Estado actúe con firmeza en busca de igualdad de oportunidades, educación de calidad, salud digna, viviendas confortables y reales posibilidades de desarrollo humano. Un país en que, como se exigía en los años de lucha contra la dictadura, haya pan, trabajo, justicia y libertad.

Al secuestrarnos la ciudadanía para mantenernos en condición de ovejas, se busca deliberadamente liquidar nuestros sueños. Y favorecer así la supremacía incontrarrestable de los sectores dominantes, de los únicos que tienen posibilidades de soñar y materializar proyectos marcados por el lucro, el desprecio por el medio ambiente y una visión chata del presente, y no por la proyección de futuro.

Los temas realmente importante están ausentes de la campaña presidencial. Ninguno de los candidatos con opción de ser elegido se propone producir la gran transformación de un Chile de temerosas ovejas a un país de valientes y audaces ciudadanos. En esta campaña no hay debate de ideas sino monólogos superpuestos y una que otra pirueta para ganar espacio en la TV. Ni Frei ni Piñera hablan de la concentración de la riqueza, ni del poder asfixiante de las multinacionales. Tampoco lo hace Marco Enríquez-Ominami. Nadie habla de meter en cintura a las AFP que controlan decenas de miles de millones de dólares de los trabajadores. Nadie hace propuestas concretas en materia de educación para terminar con el negocio de los colegios privados y ordenar el sistema de educación superior que perpetúa los privilegios. Ninguno de los candidatos habla del cobre: el tema central de la economía chilena es un tabú que ha durado todos los gobiernos de la Concertación. A lo más se saca a colación para sugerir, como hacen algunos desfachatados, iniciar la privatización de Codelco.

Cada vez es mayor el número de personas, especialmente jóvenes, que se apartan del sistema político. Esto es sumamente peligroso pero tiene explicación. El sistema político, reducido a una participación electoral manipulada, está desprestigiado porque se ideó para conducir un piño de ovejas. Los ciudadanos, en cambio, requieren hacer oír su voz y ejercer su derecho a participar en todos los ámbitos de la vida del país. El sistema político sólo podrá atender esos anhelos mediante una nueva Constitución que proponga al pueblo una Asamblea Constituyente. Para eso hay que juntar fuerzas desde ahora, superando el desaliento y la resignación.

Todavía pesa la dramática derrota de hace casi 40 años. La Izquierda fragmentada no encuentra un camino propio. Una parte de ella ha suscrito un pacto electoral con la Concertación y asume el riesgo -a cambio de conseguir espacio en la Cámara de Diputados- de compartir su derrota. Hay, sin embargo, otras salidas. Es cuestión de buscarlas y reanimar un entusiasmo que no ha muerto. Debemos dejar de ser un rebaño que pastorean políticos sin principios para transformarnos en colectivo. Debemos dejar de ser ovejas para convertirnos en ciudadanos, superando la mediocridad, la arrogancia y la corrupción para integrarnos a las grandes corrientes de cambio que hoy recorren América Latina y que han surgido cuando ya parecía no haber esperanza.

(Editorial de “Punto Final”, edición Nº 690, 24 de julio, 2009)



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