El modelo económico, social y político actual del país
ha agudizado de manera dramática
las diferencias entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen
poco, la economía creció menos que la población. Hoy son menos los
bienes y servicios para cada dominicano
que los que poseíamos hace veinte
años; el salario mínimo es menor en términos
reales que el de 1980.
En las ciudades prevalecen el desempleo, la
frustración y la inseguridad. En el medio rural las actividades productivas
están en bancarrotas como consecuencia de que los campesinos que por siglos
habían permanecido arraigados a sus tierras se han visto obligados a emigrar
como única alternativa de sobrevivencia,
a pesar de sus buenas tierras para la producción agropecuaria y con recursos naturales en abundancia.
Ante una situación
tan calamitosa, la pregunta obligada es: ¿cómo no se ha suscitado en
República dominicana un estallido social? La respuesta tiene que ver con
la invaluable responsabilidad de nuestro pueblo y con la serenidad
escrupulosa de la gente que vive en la pobreza.
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