martes, 22 de julio de 2014

No se ha perdido la esperanza de si se puede

Los dominicanos  no han perdido las esperanzas. A pesar de engaños  e incumplimientos, sigue en pie el anhelo de vivir  en una sociedad mejor. Ha faltado correspondencia entre lo que quiere la gente y lo que han hecho los actores políticos e incluso, se ha caído  en el “gatopardismo”, que consiste en que las cosas aparentemente cambian para seguir igual. Pero eso no significa que la mayoría   haya renunciado a su voluntad de cambio. La mentalidad de los dominicanos ya cambió y eso es lo más importante. La sociedad está a la espera de convocatorias generosas, serias y responsables. El principal recurso del país  es su gente: noble, generosa, creativa y trabajadora. Ahí está el ejemplo de los emigrantes dominicanos que, por necesidad, han salido del país  y que son los trabajadores más emprendedores en Estados Unidos, España y otras latitudes del mundo donde residen dominicanos. Sus remesas anuales ascienden a más de tres mil millones de dólares.
República Dominicana posee también  importantes recursos naturales, a pesar de que lo han saqueado por siglos. Todavía  es mucho lo que puede utilizarse en beneficio de todos. Contamos con suficientes recursos naturales, como pocas naciones. Todos estos recursos, manejados con racionalidad, pueden aplicarse para impulsar el desarrollo del país.
Mercado y neoliberalismo

 Es falso plantear que el Estado debe diluirse en beneficio del mercado, entre otras cosas, porque el mercado tiene un papel distinto al del Estado. El mercado se hizo para intercambiar mercancías  en función de la ley de la oferta y la demanda; en cambio, una de las obligaciones del Estado es establecer equilibrios entre los “pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco”. En suma, el mercado es eficaz para la creación de la riqueza pero no sirve para gobernar ni para distribuir los beneficios, como tampoco para impartir justicia o establecer equilibrios entre desiguales (Como plantea el neoliberalismo). 

Corrupción, impunidad e influyentismo

Pero por otro lado, ante el fracaso del modelo económico, social y político, la válvula  de escape ha sido la economía  informal, la migración y el narcotráfico. Es doloroso reconocerlo, pero ésa es la realidad. A estas calamidades cabe agregar que aún prevalecen la corrupción, la impunidad y el influyentismo. Todavía se hacen jugosos negocios privados al amparo del poder público  y una prueba de que sigue imperando la impunidad, testimonio de ello  es que ninguno de los involucrados en actos de corrupción en los últimos veinte años ha sido juzgados y sometido a la justicia.


A los delincuentes de cuello blanco se les protege con leyes ambiguas formuladas para esquivar la justicia y burlarse de la sociedad. Otro mal que aqueja a la nación es el “influyentismo”: senadores, diputados y otros servidores públicos   hacen gestiones y trámites y litigan sin escrúpulos en contra del interés general. Para algunos, los cargos de representación  popular son meras franquicias para el tráfico de influencias. El conflicto de intereses y el tráfico de influencias ni siquiera están tipificados como delito en nuestros códigos penales. Tal es  la realidad que debemos transformar. Es imprescindible que la sociedad dominicana transite por el camino de la legalidad y la equidad social. 

Las familias dominicanas

Las familias dominicanas
También, por supuesto, cuenta mucho el papel solidario de la familia. A pesar de la crisis que la ha sometido a fuertes presiones económicas y sociales que afectan su integridad y sus valores afectivos, ésta sigue siendo la institución de seguridad social más eficaz con que contamos. Las familias dominicanas, por tradición, han sido y son solidarias y fraternas. Esto es el resultado de una cultura de valores que viene de lejos, cuando a uno de sus miembros le va mal, se enferma, fracasa o envejece, los demás invariablemente acuden en su apoyo. La familia como  institución ha contribuido mucho a la relativa estabilidad social del país.



El modelo actual: desempleo, frustración e inseguridad




El modelo económico, social y político actual del país ha agudizado de manera dramática  las diferencias entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco, la economía  creció  menos que la población. Hoy son menos los bienes y servicios para cada dominicano  que los que poseíamos hace veinte años; el salario mínimo es menor en términos  reales que el de 1980.
En las ciudades prevalecen el desempleo, la frustración y la inseguridad. En el medio rural las actividades productivas están en bancarrotas como consecuencia de que los campesinos que por siglos habían permanecido arraigados a sus tierras se han visto obligados a emigrar como única  alternativa de sobrevivencia, a pesar de sus buenas tierras para la producción  agropecuaria y con  recursos naturales  en abundancia.

Ante una situación  tan calamitosa, la pregunta obligada es: ¿cómo no se ha suscitado en República dominicana un estallido social? La respuesta tiene que ver con la invaluable responsabilidad de nuestro pueblo y con la serenidad escrupulosa de la gente que vive en la pobreza.

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