Este trabajo lo escribió el profesor Bosch cuando todavía el era el presidente y líder del PRD allá por los años 1970 antes de fundar el PLD en 1973
Desde que
comenzó sus actividades
en la República
Dominicana (pues durante
muchos años las
llevó a cabo
sólo en otros
países porque Trujillo
no permitía actividades
políticas opuestas a
su régimen) el
PRD reconoció la
existencia de la
lucha de clases
y predicó esa
verdad ante el
pueblo.
Dado
el enorme atraso
político en que
vivían los dominicanos,
el PRD, por
boca mía, llamó
tutumpotes a los
grupos dominantes y
a la masa
explotada, los hijos
de machepa; y
la respuesta de
los primeros fue
acusarme, cosa que
estuvieron haciendo durante
varios años, de
haber traído la
lucha de clases
al país, y
me lo decían
con el lenguaje
indignado de quienes
denunciaban el peor
de los delitos
y al peor
de los delincuentes.
Hoy, al comenzar
el año 1973,
a algo más
de once años
del día en
que usé por
primera vez la
voz tutumpote y
la expresión los
hijos de Machepa,
aquellos que se
alarmaban y casi
pedían mi cabeza
por haber usado
tales vocablos, o
han perdido parte
del vigor que
usaban entonces en
acusarme o se
han acostumbrado a
oír decir a
mucha gente que en
nuestro país hay
lucha de clases,
porque lo cierto
y verdadero, para
usar la lengua
del pueblo, es
que ya nadie
considera que soy
un delincuente peligroso
por haber puesto
de relieve a
los ojos del
país la existencia
de la lucha
de clases en
la República Dominicana.
Es más, ahora
está poniéndose de
moda hablar de
justicia social y
hacer vaticinios sobre
lo que les
espera a los
latifundistas si no
le entregan al
gobierno sus tierras,
o partes de
ellas, para que
sean dadas a
campesinos pobres; y
quienes anuncian la
cuerda del ahorcado
para esos latifundistas
son personajes oficiales,
de los que
hace pocos años
hacían fila para
acusarme de criminal
por “haber traído
al país la
lucha de clases”.
La lucha
de clases existió
en nuestra tierra
desde el momento
mismo en que
pisaron aquí los
españoles, y aunque
no lo dijeran,
Duarte y Santana,
Báez y Lilís,
Trujillo y Balaguer
supieron siempre que
esa lucha existía
y que había
que tomarla en
cuenta. Una diferencia
entre los líderes
mencionados y yo
está en que
ellos lo sabían
instintivamente y yo
lo sabía de
manera consciente; otra
diferencia fundamental es
que ellos no
hablaron nunca de
la lucha de
clases y yo la he
predicado ante el
país y sobre
todo en el
seno del Partido
Revolucionario Dominicano, que
es hoy por
hoy una organización
política cuyos cuadrados
dirigentes, a todos
los niveles, están
convencidos de que
la lucha de
clases ha sido
y sigue siendo
la causa generadora
de la historia
nacional, con todos
sus aspectos negativos,
pero también con
los pocos aspectos
positivos que hay
en ella.
Duarte reconoció
la existencia de la lucha
de clases, aunque
jamás oyera hablar
de ella y
jamás mencionara, cuando
decidió unir el
grupo de pequeños
burgueses de la
Trinitaria a la
pequeña burguesía haitiana
que estaba organizando
el movimiento de
la Reforma; y
la reconoció más
aun al llevar
a los trinitarios
a unirse a
los hateros una
vez que La
Reforma sacó del
gobierno a Boyer,
pues el Padre
de la Patria
vio con claridad
que sin unión
de la pequeña
burguesía trinitaria, que él dirigía,
con los hateros,
socialmente poderosos, no
sería posible establecer
la República. Y
efectivamente, esa unión
iba a hacer posible
la fundación de
la República, pero
al mismo tiempo
acabaría con el
liderazgo de Duarte
sobre la pequeña
burguesía nacional, especialmente
en sus niveles
alto y mediano.
Toda la
lucha de Santana
contra Báez no es sino
la lucha de
los hateros contra
la alta y
mediana pequeña burguesía,
al principio, y
contra la baja
y la baja
pobre y muy
pobre después, pues
Santana siguió siendo
el jefe de
los hateros hasta
el último día de
su
vida; y Báez,
que había pasado
a ocupar, como
líder de la
alta y la mediana pequeña
burguesía, el puesto
que dejó vacío
Duarte cuando fue
sacado del país
por Santana, abandonó
el liderazgo de la alta
y la mediana
pequeña burguesía, y
muy especialmente de
las capas formadas
por los sectores
de la baja
pequeña burguesía pobre
y la muy pobre,
y eso fue
hasta el 2
de marzo de
1878, último día
del último de
sus cinco gobiernos.
La forma
en que actúan
las clases y
las capas sociales
está determinada por
sus condiciones materiales
de vida. La
alta y la mediana pequeña
burguesía dominicana de
1844 a 1880
estaban en condiciones
de luchar con
el objeto de
lograr la organización
del país a
la manera de
las repúblicas burguesas
de Europa o de los Estados
Unidos porque las
condiciones materiales de
su existencia les
permitían tener esas
ideas y luchar
por ellas. Entre
esas condiciones materiales
se hallaba la
cultura, que los
líderes de esas
dos capas de
la pequeña burguesía
nacional podían adquirir,
por lo menos
hasta ciertos niveles.
Pero la baja
pequeña burguesía, especialmente
cuando se trataba
de sus capas
pobre y muy
pobre, no podía
adquirir cultura; no
podía tener ningún
ideal de lucha,
y luchaba sólo
por conquistar mejores
condiciones de vida.
Los generales
Solito y Baúl -y sus
apodos convertidos en
nombres nos dan
la clave de
su posición en la sociedad- no
podían tener la
menor idea de
lo que era
una nación organizada,
de lo que
era un Estado,
de lo que
era Francia; sus
posiciones para ellos.
El caso de
Luperón fue excepcional,
y demuestra que
en las capas
más bajas de
la sociedad dominicana
hubo siempre, como
los hay ahora,
hombres capaces de
actuar de manera
sorprendente llevados por el instinto,
como el hierro
por el imán,
hacia lo hermoso
y lo justo.
¿Cómo se
explica que Báez
pasara a ocupar
el lugar que
dejó vacío Duarte
como líder de
la alta y
la mediana pequeña
burguesía?
Se explica
porque, una vez
fundada la República,
para la alta
y la mediana
burguesía esa República
tenía que ser,
y debía ser,
una sola cosa:
la república burguesa
a la manera
de Francia o
de los Estados
Unidos; y quien tomó
desde el gobierno
las primeras medidas
en esa dirección
fue Báez. La
ruptura de la
alta y la
mediana pequeña burguesía
del país con
Báez se produjo
en julio de
1857. El día 8 de
ese mes, la
alta pequeña burguesía
comercial de Santiago
se levantó contra
Báez, porque éste
maniobró de tal
manera que favoreció
a los cosecheros de
tabaco (todos pequeños
productores campesinos, en
aquellos años) en
perjuicio de los
comerciantes compradores de
la hoja, debido
a que obligó
a éstos a
aceptar el papel
moneda a razón
de mil cien
pesos la onza
de oro, cuando
sucedía que habían
cambiado días antes
la onza a
razón de ochocientos
pesos. Como era
natural, el campesinado
(baja pequeña burguesía,
en su mayor
parte, en esa
época) no podía
respaldar a los
que se levantaron
contra Báez, que
los había favorecido,
y los sublevados,
que no tuvieron
apoyo en la
masa popular, fueron
a buscarlo entre
los hateros, y
eso es lo que
explica su alianza
con Santana, que
volvió a tomar
el poder y
ya no lo dejó más
hasta el día
en que entregó
el país a
España.
¿Por qué
entregó Santana el
país a España?
Por razones
de clase; porque
creyó que actuando
así su clase
tendría asegurada para
siempre la posición
dominante en la
sociedad nacional; y
sucedió todo lo
contrario; sucedió que
la anexión a
España provocó el
levantamiento general de la pequeña
burguesía abrió el
camino para el
ascenso masivo de
las capas de la baja
pequeña burguesía hacia
las posiciones del
gobierno, y ese
ascenso volvió a
llevar al poder
tres veces más
al líder de
esas capas, Buenaventura
Báez.
En la
contraportada del No.5
(Año I, Volumen
I) de POLITICA se
publica un extracto
de lo que
acerca de la
salvación del brigadier
general Manuel Buceta,
gobernador de Santiago,
cuenta Pedro M.
Archambault en su
Historia de la
Restauración. Dice Archambault
que Buceta iba de Dajabón
hacia Santiago perseguido
por guerrillas dominicanas
y que se
refugió en la
casa de Juan Chaves, conocido
e importante terrateniente
de Guayacanes. Según
Archambault, “los dominicanos,
por respeto a
la prestigiosa personalidad
de dicho rico
terrateniente, no se
atrevieron a seguir
persiguiendo al brigadier”.
Hay que observar
que la región
de Dajabón a
Guayacanes no era
productora de tabaco,
de manera que
por ahí no
había pequeños productores
campesinos, y que
si los había,
eran pocos; esa
zona era de
grandes ganaderos, de
latifundistas y peones
campesinos, y esos
peones campesinos respetaban
las casas de
los hateros a
tal extremo que
Buceta halló en la
de Juan Chaves
un santuario; y
si Juan Chaves
acogió a Buceta
en su casa,
lo hizo por
dos razones: porque
creía que el
poder de España
era incontrastable y porque estaba
seguro de que
los guerrilleros dominicanos,
que sabían quién
era él, no entrarían
en su casa
para atacar a
Buceta. Archambault prosigue
diciendo que doña
Ceferina Calderón de
Chaves le refirió
que “ella contuvo
con sus influencias
a los jefes
dominicanos prohibiéndoles un
ataque en la
sabana de su casa; poniendo
en ejercicio su
habilidad le dio
su propio caballo
pardo al brigadier
con un guía
de confianza y
un peón (Matuta)”;
y Buceta salió
de la casa
de los Chaves,
casi sin municiones,
el día 20 de
agosto de 1863.
Esa tarde, viéndose
acosado por sus
perseguidores, Buceta, que
llevaba un saco
de monedas de
oro de las
llamadas onzas, comenzó
a tirar onzas
tras sí; y
eso lo salvó,
porque los guerrilleros
dominicanos que iban
tras él se
dedicaron a recoger
las onzas y
dejaron de perseguirlo.
Librado de la
persecución por su
astucia y por
las onzas, Buceta
logró internarse en
la loma. Tres
días después fue
hallado por una
patrulla española que
había salido en
su busca.
Ante onzas
de oro que
iban cayendo a
sus ojos, ¿qué
era la guerra
restauradora y qué
la patria para
los bajos pequeños
burgueses pobres y
muy pobres que
perseguían a Buceta?
Sus ideas acerca de
esa guerra y
de la patria
estaban determinadas por
las condiciones materiales
de su existencia,
y podemos imaginarnos
sin mucho esfuerzo
cuáles eran esas
condiciones materiales de
su existencia viendo
todavía hoy, a
más de un
siglo de distancia,
cómo viven los
bajos pequeños burgueses
pobres y muy
pobres de nuestro
país. Una onza
era la representación tangible
de sus sueños,
de sus ambiciones,
de sus esperanzas.
¿Cómo diablos va
a concebir abstracciones
como la patria
y el Estado
un campesino pobre
que sólo tiene
una muda de
ropa para todo
el año? Buceta
era un hombre
práctico, que seguramente
había ascendido al
rango de brigadier
general no por su capacidad
intelectual sino por
sus dotes de
hombre práctico, y
como hombre práctico,
Buceta sabía que
en Santo Domingo
había lucha de
clases; lo sabía
de manera instintiva,
y lo demostró
cuando se dio
cuenta de que
entre matar en
acción de guerra
al gobernador militar
de Santiago, un
brigadier general del
ejército español, con
todo lo que eso significaba
subjetivamente, y echarse
al bolsillo una
onza de oro,
los guerrilleros dominicanos
que le perseguían
preferían la onza
de oro, porque
eso era lo
que respondía a
la naturaleza psicológica
de un bajo
pequeño burgués campesino
pobre o muy
pobre de nuestro
país. El caso
no era conquistar
la gloria y
un ascenso matando
a Buceta; el
caso era quedarse
con el oro
que Buceta iba
tirando, porque ese
oro era poder
real e inmediato;
poder para comprar
lo que quisiera,
poder para mirar
por encima del
hombro a sus
compañeros; poder mucho
más valioso y
extenso debido a
las creencias del
bajo pequeño burgués
pobre o muy
pobre, que le atribuía
a una onza
de oro un
valor muchas veces
superior al que
tenía en realidad,
pues las palabras
onza de oro
tenían para la
masa del pueblo
dominicano, desde el
siglo anterior, un
prestigio taumatúrgico: las
onzas de oro
transformaban a un
miserable en un
rico, a un
infeliz en un
hombre poderoso; las
onzas de oro
tenían la facultad
de trasladar instantáneamente a
un pobre campesino
de su capa
social a otra
distinta superior; de
manera que en
al onza de
oro se albergaba
una fuerza mágica
capaz de resolver
en un segundo,
a favor del
humillado, el conflicto
planteado por la
naturaleza misma de
la lucha de
clases. Si al
frente de esos
guerrilleros dominicanos que
abandonaban la persecución
del jefe español
por agacharse a
buscar las onzas
que éste iba
soltando hubiera ido
un oficial francés,
con conciencia burguesa
desarrollada, el primero
que hubiera dejado
de perseguir a Buceta
para recoger una
onza habría pagado
con la vida
el abandono de
su deber.
Los españoles
se asombraban de la crueldad
con que eran
tratados por los
restauradores y uno
que otro historiador
español de la
Restauración se pregunta
a qué se
debía esa crueldad;
que habían hecho
ellos para ser
tratados con tanta
saña. La respuesta
está en la
condición de clase
de la mayoría
de los guerrilleros
dominicanos de la
Restauración; eran, predominantemente, bajos
pequeños burgueses pobres
y muy pobres,
y esas capas
de la sociedad
dominicana recibieron la
anexión a España
con grandes esperanzas;
con las esperanzas
de que todos
iban a ser
ricos; y cuando
pasó el tiempo
y en vez de
pasar a ser
ricos se vieron
más pobres, y,
además, humillados por
su color, porque
hablaban mal el
español, porque vivían
en un nivel
miserable, porque eran
incultos, su cólera
no tuvo límites
y no se
saciaban ni siquiera
con la muerte del
soldado enemigo. El
odio de la
baja pequeña burguesía
pobre y muy
pobre es un
odio clasista, que
se alimenta desde
la más remota
infancia en la
injusticia social que
se vive y
se respira en
el ambiente donde
el bajo pequeño
burgués pobre y
muy pobre nace
y se desarrolla.
No se trata
de un odio
congénito, fruto de
una maldad congénita,
como cree el
Dr. Balaguer; es
un odio de
clase, generado por
las condiciones malvadas
(así, malvadas) de
existencia en que
se forman en
nuestro país, todavía
hoy, esas capas
de nuestro pueblo.
¿Qué fue
lo que llevó
a Báez a
abandonar el liderazgo
de la mediana
y la alta
pequeña burguesía y
pasar a ser
el líder de
la baja pequeña
burguesía, sobre todo
en sus capas
pobre y muy
pobre? ¿Por qué,
de buenas a
primeras, colocó el
peso del gobierno,
o dicho de
manera más precisa,
el poder del
Estado, al servicio
de las diferentes
capas de la
baja pequeña burguesía?
¿Fue el deseo
de hacer una
revolución; el de
hacer justicia social?
Nada de eso;
seguramente fue que
acertó a darse
cuenta de que
las capas sociales
del país que
daban hombres como
Solito y Baúl estaban
formadas por el
mayor número de
dominicanos y, además,
acertó a darse
cuenta de que
entre ellas estaban
también los más
aguerridos, los más
fanáticos -lo que
se explica porque
sus condiciones materiales d e vida
los hacía necesariamente ignorantes-, y
por eso mismo
los más dispuestos
a mantener a
su jefe político
en el poder
toda la vida
si ese jefe
político les proporcionaba
algunas de las
ventajas del poder.
En los años
de Báez no
había proletariado nacional
porque en el
país no había
proletariado nacional porque
en el país
no había industrias
ni grandes ni
medianas, y desde
luego, tampoco había
burguesía, de manera
que no podía
ni soñarse, siquiera,
en la contradicción
del proletariado con
la burguesía; pero
había, eso sí,
lucha de clases;
lucha entre capas
diferentes de la
pequeña burguesía; entre la
baja, especialmente en sus sectores
pobres y muy
pobre, y la
mediana y la alta. En
las distintas capas
de la baja
fue donde Buenaventura
Báez buscó su
nueva clientela política;
y ahí la
tuvo por tanto
tiempo que muchos
años después de
muerto él, los hombres
de armas del
baecismo, reclutados mayormente
entre campesinos pobres
e ignorantes, peleaban
en las filas
de los azules,
enemigos jurados de
Báez, y avanzaban
con un grito
de guerra que
se hizo clásico,
el de “¡Viva
Báez!”.
La explicación
de la lucha
de clases se
halla en la
base misma de
la educación que
reciben los cuadros
del Partido Revolucionario Dominicano,
porque sin esa
explicación, sin el
conocimiento de las
razones que dan
origen a las
clases y a
sus modos peculiares
de actuar no
es posible conocer
al pueblo dominicano,
no es posible
conocer su pasado
ni interpretar su
presente sin prever
su porvenir. No
hay psicología nacional;
hay modos de
actuar de una
clase o una
capa o un
conjunto de capas
sociales que forman
la mayoría numérica
de la población
o tienen un
peso determinante sobre
la totalidad de
la población, su
manera de actuar
tomará el aspecto
de una sicología
nacional; aparecerá a los
ojos de algunos
investigadores como formas
de manifestación de
la sicología nacional.
Por eso no
es cierto ningún
caso. Lo que
hay en cualquier
país son expresiones
de clases, no
del pueblo en
su totalidad.
Juan Bosch
No hay comentarios:
Publicar un comentario